Hay hombres que gastan lo que no tienen
y hombres que no pagan lo que tienen.
Hombres que empeñan su vida en un banco
por valor de unos cuantos euros, jajaja.
Hay hombres que son ombres
porque se les ha caído la hache de hombre.
Hay hombres que sólo miran su propio ombligo
y luego lloran como descosidos alma adentro.
Hay hombres que ni siquiera saben que existen,
hombres-robot, hombres-máquina,
hombres-ausencia, hombres-deseo,
hombres-sueño, hombres de la ilusión.
Legiones de hombres.
Hay hombres que ni siquiera pueden escuchar
las palabras de otros hombres de verdad.
Quizá nunca están preparados para ello,
quizá tengan prisas, prisas por escuchar
la política de la radio, de la tele y del periódico,
de los medios. Hombres de los medios,
hombres medios: mitad hombres, mitad medios.
Pero no hombres enteros, no sencillamente hombres.
Hay hombres que tienen opiniones para todo
y para todos, hombres con criterio, que saben
dónde está el problema, la raíz, el responsable,
el asunto, la historia, la anécdota, la cuestión.
Hombres rebosantes de palabras que te las regalan
como te descuides, que las reparten
a diestro y siniestro para instruir al ignorante.
Hombres de ideología, hombres-bandera,
hombres-emblema, hombres-mitin,
hombres-panfleto, hombres-folleto,
hombres-cartel, hombres-anuncio,
tantos nombres…
Son hombres con ardor, de mala digestión,
de justicia, de la verdad, de bien y mal,
de úlcera, barriga e hipertensión.
Hombres con asma, hombres ahogados
-han perdido la facultad de respirar-,
hombres de miedo, mirada perdida
y confusión. Su mente siempre está turbia,
no saben preguntar directamente,
hablar sin rodeos, responder con sinceridad.
Hombres complejos, hombres-complejo,
hombres atrapados por la memoria,
la mala conciencia, el tedio, la desilusión.
Hombres sin, cansados, perezosos,
informes, vacíos, locuaces,
quejosos, víctimas, enfermos,
siempre justificándose a sí mismos,
siempre explicándose, yo esto, yo lo otro,
yo lo de más allá, yo yo yo.
Hombres de sube y baja, como un yoyó,
siempre colgados de la cuerda de sí mismos,
siempre a su rescate, entregados a su devoción.
Hombres que se han santificado, divinizado
y que no bajan de su pedestal, yo ni aunque…
Yo, ni, aunque, qué tristeza,
qué tristeza me dan estos hombres,
tantos hombres que pudieran ser,
tantos ombres que son…
Hombres a los que se les ha caído la vida encima
y no saben ya cómo quitársela.