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martes, 5 de junio de 2007







Ahí estoy otra vez, enfrente, el músico de jazz inclinado tocando el saxo en la hornacina apagada. Los objetos están muy quietos, me apaciguan, ninguno se mueve mientras Erik Satie palpa mis oídos con sus dedos y me serena. Solo, solo en la sala, solo. La quietud rodea al gusano de mi pensamiento sin que apenas se perciba. Sólo el gusano se sabe a sí mismo.
El músico de jazz con su camisa blanca y su pajarita roja, y su sombrero. Su moflete hinchado parece un chichón. Los labios obscenamente abiertos sobre la punta del saxo, respira ampliamente por la nariz. Las gafas esconden su mirada perdida dentro de las notas azules.
El músico de jazz hecho de cartón quizá tuvo su momento de esplendor en la hornacina, pero se le apagó la luz y ahí sigue, haciendo que toca, aunque sospecho que tras esas gafas oscuras ya no hay más que unos ojos de nata cuajada por el tiempo…








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