Es de noche y está sentado a solas, en el balcón. El aire lo baña todo, una ligera brisa fresca acompañada de una sucesión de cucharadas al helado de tres chocolates, nata y dulce de leche que abunda en su taza. La gente pasea tranquila, mientras sueña el saxo tras la esquina. Una mujer se asoma tres balcones más allá, falda ligera a la rodilla, blusa de manga corta y negra, coleta grácil, rubia y un pitillo entre los dedos. Está inclinada y apoya los antebrazos sobre la barandilla. No la conoce, no sabe quién es, y vive a tan solo unos metros de distancia, a la misma altura desde el suelo. Nunca la había visto, nunca había visto a nadie en los balcones contiguos y por eso mismo su sorpresa ha sido mayor. La observa plenamente en su perfil mientras se sabe ajeno a su mirada. Tiene la sensación de que en cualquier momento se va a girar y lo va a ver. Y no sabe si perseguirle la mirada o disimular y mirar alrededor, como si fuese un hecho tan natural y no un milagro de la conjunción de seres y lugares en el Tiempo. Ella de pronto se gira y parece no haberle visto, pero un giro sobre el giro instantes después se lo descubre ahí sentado, mirándola. Por un momento su cabeza permanece estática, pero él ya está simulando distracción y no sabe qué ha sucedido con los ojos de la chica, si lo habrán buscado abundantes de preguntas sin respuesta o habrán viajado alrededor de la media noche tratando de hallar ingrávidas respuestas. El tiempo los ha juntado allí por un instante, habitantes solitarios del balcón entregados al oscuro ensueño de la hora, y pronto el tiempo los va a perder. A quién le importa. Ahora sus ojos bucean en la cercana distancia y chocan contra la estatua de la plaza. Sentado en el taburete, profundiza en las sensaciones. Y se imagina lanzado como un cohete desde su posición en el balcón y siente que se incrusta contra la rampante estatua ecuestre de en medio de la plaza. Se acaba de estampar contra ella pero necesita otra propulsión. Ahora se imagina que vuelve a ser lanzado en la horizontal y se estrella contra el salón de recepciones de Palacio, a su misma altura, a su misma... Ya está en Palacio, estampado en un balcón. Después se pierde en la fachada de enfrente y se hace presa de lo gris. Qué presencia la de la piedra, qué extraña la materia, se dice, mientras comienza a pellizcarse para darse cuenta de que está. Aún no sabe qué le diferencia de la roca...
A. Gova
viernes, 13 de julio de 2007
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