En la cocina hay un racimo de uvas que van desapareciendo poco a poco.
Los dedos las cogen, la boca se abre, los dientes las trituran, la lengua, el velo del paladar y los carrillos las mantienen ahí machacadas durante un breve intervalo de tiempo. E inmediatamente después los jugos comienzan a descencer, con frescor de agua, río abajo, hacia el estómago. Ahora los jugos lo empapan todo, y el dulzor embriaga al ser.
1 comentario:
Hoy mismo,y después de "pensármelo, al menos, un par de veces" (como dice SAMANIEGO en el comentario de la entrada anterior), me compro un racimo de uvas, pues "la vida nos tienta con sus verdes racimos"...
RUBÉN DARÍO, Jr.
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