El verano acababa. Pequeños cuerpos reunidos bajo un mismo Sol. Empezábamos a agonizar. Se habían abrasado las palabras, quemado las ganas. De fondo, esa ola constante, eterna, espumosa, fluyendo y refluyendo, cada vez más fría, ola trágica. El mar siempre espejeando, siempre deslumbrando, hiriendo la vista, cegándola. Nuestros oídos ya no escuchaban, se habían hecho al rumor de las olas. Voces fúnebres de familias atascadas en el tiempo. Pesa el tiempo, pasa. Alguien bosteza, y desde lo oscuro de la boca una lengua blanca, de lagarto, relampaguea. Pide un cigarro: un aliento pestilente inunda nuestra vida.
sábado, 14 de enero de 2017
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