Ella sale con su kimono a exhibir street style de temporada.
Usa un libro -que siempre queda bien-
y bebe a intervalos regulares, más exacta que un reloj.
Para conseguir más puntos extra aún, no mira a nadie,
no vaya a parecer interesada, cuando ella solo quiere ser interesante.
Después, como aún no es suficiente,
pone a girar un panel a sus espaldas.
Y ya tenemos el happening montado:
Un carmín intenso, una guirnalda de flores en el pelo,
unas coletas como dos ríos negros que llevan a la perdición...
Y funciona, la cosa funciona de maravilla.
El blanco y negro realza el rojo bermellón,
y las pestañas kilométricas nos atrapan como a moscas
del vinagre cuya única salida es morir ahogadas por pura devoción.
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