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domingo, 17 de diciembre de 2006

AL AMANECER

Veía como mi propio cadáver era extraído del nicho. Habían transcurrido diez años desde el entierro y mis familiares no disponían de dinero suficiente para adquirirlo a perpetuidad. Pude observar, cuando levantaron el sudario a la altura del rostro, que la cabeza era más pequeña, y más oscura, como si fuera la de un quemado, pero me era tan familiar como cuando me miraba en el espejo para peinarme.
Al despertar noté algo extraño a mi lado, entre mi mujer y yo. No podía ser. Me quise asegurar, palpé, levanté la sábana. Era mi propio cadáver. Pensé que seguía soñando. Miré el reloj, marcaba las 6:55 horas. Esperé cinco minutos. A las siete en punto sonó el despertador. Y no abrí los ojos.

Zioran

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