viernes, 12 de enero de 2007
Estoy sentado en la cafetería, con mi café y un cruasán que ya no me convencen, y tú estás en la mesa de al lado, a menos de un metro de mí y sin que me importes una mierda. Eres castaña, con un jersey a rayas y unas gafitas que te hacen atractiva. Hace un momento me has oído quejarme al camarero por el café, y quizá te haya molestado mi tono, pero qué más da. Dando sorbos al café, me he acordado de esas películas francesas en que un gilipollas que va de intelectual se dirige a una que está como ausente para decirle cualquier cosa y perturbar ese silencio. Entonces, no por ti sino por hacer de esta vida un cinexín, te he hecho un comentario. Me he trabado, y por un momento he estado a punto de callarme, o de mandarte a tomar por el culo y callarme, pero por un signo de rebeldía contra mi falta de interés, me he propuesto acabar la frase y quedarme observándote, exigiendo toda tu atención. Y eso has hecho, tu cabeza girada hacia mí, tus oídos persiguiendo mis labios, tus labios clavados en mis ojos, tus ojos dando vueltas por mi cara, tu cara comprendiéndose en mi mente, hasta que he sabido que me gustabas, y entonces ya no hacía falta emular a ese gilipollas, sino que ya era yo ese gilipollas. Y cómo decirte ahora que te vengas conmigo esta mañana, cómo convencerte, cómo explicarte que podemos transformar esta simple mañana en una mañana gloriosa, auténtica, única, cómo.
Me cuentas que estás en un descanso de trabajo, me entero de que tienes alergia, de que vas a sufrir de nuevo, de que tomas el desayuno con té en vez de con café. Me entero a medias de quién eres, de que trabajas por el barrio, de que sueles desayunar en esa cafetería. Y veo cómo sacas un billete para pagar el desayuno, porque ya es la hora, porque ya es la maldita hora. Habría que sacar un martillo y aplastar los relojes, habría que asesinar el tiempo, que dislocarlo, habría que dejarlo esparcido por los suelos hecho un gusano envuelto en vísceras, pero tú te tienes que ir, y yo también saco mi billete y aprovecho el momento en que tú pagas para hacerlo yo también.
Nos traen la cuenta al mismo tiempo y te apresuras a levantarte, entonces yo también me levanto, tratando de darme una oportunidad para ver qué hago. En pie los dos, nos dirigimos juntos hacia la puerta, pero te veo inquieta, algo nerviosa, quizá sospechas que pueda ser un pelmazo. No!, me digo, te equivocas si lo piensas, podría hacerte pasar una mañana diferente, pero te equivocas apresurando el paso, no estoy aquí para correr detrás de ti, vete, vete ahora si no entiendes, vuelve al trabajo y acuérdate de esa persona que te ha hablado porque vuestras mesas casi se tocaban, fabula con quién era, imagina qué habría sucedido de haberte detenido unos segundos frente a mí. Dame sólo una muestra de interés, gírate ahora, gira tu interés ahora…
-Bueno, adiós, eh? –sueltas de pronto, mostrando la importancia de seguir haciendo cosas esta mañana.
Me quedo mirándote, confuso, quisiera domarte, quisiera sujetarte por los brazos y hacerte comprender algo, pero no tiene remedio, y únicamente digo que si te vuelvo a ver te saludaré. Tú sonríes, me miras, tu paso firme duda por un momento, un tiempo imperceptible para el resto de ojos, pero no para los míos, y sigues. Hacia dónde sigues, dime, hacia qué parte lejos de mí te vas?
Hubiéramos construido esta mañana, hubiéramos hecho algo distinto juntos, quizá sólo por espacio de unas horas, pero mañana, al despertarme, mi memoria hallaría rastros de ti para seguirte…
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