Translate

lunes, 8 de octubre de 2007








Hay un suave olor en el ambiente. El gusto paladea, la mandíbula se cierra. Soy el hambre.

La noche está aquí, misteriosa, derramada como una sustancia viva e imposible.

Se suceden explosiones dentro del cerebro, trata de despertar.

Los barcos no se ahogan, sólo se hunden.

Lejos, en los balcones, las mujeres se cotizan por 10. Soy el deseo.

El secreto está en lo imposible...

Hay luces que no se apagan.

Las olas no erosionan la orilla. La playa es un niño desierto. La luna le alumbra como una farola.

Las locas palmeras se estremecen con el viento. Puedo sentir cómo disfrutan.

El aguacero tiene una fuerza hipnótica, todo se renueva bajo su orgásmica ducha celestial.

La línea del horizonte se ha vuelto blanca y difusa, el mar y el cielo comulgan su sagrada unión.

Las montañas permanecen quietas mientras el faro gira y gira tratando de encontrar. Soy la búsqueda...














El móvil apagado encima de la mesa, la mano lo coge.
Has olvidado el pin, no sabes ya a quién recordar...















Tras cada amarre hay una mano. Tras cada mano, un nombre.

Esas barcas no esperan a los hombres. Las cuerdas las sujetan al muelle.

Esas barcas no saben quién sube o quién se baja, sólo flotan en el agua.

Van y vienen. Y no entienden de leyes ni derivas. Si no se amarran, el lugar no las detiene.

Pero nada las inquieta. Ni las olas, ni la tremenda tormenta.

Tampoco el sol las hace mella. Como mucho las desgasta, aunque sólo a tus ojos.

Esas barcas están ahí. No conocen el pasado y no tienen un futuro que temer.

No entienden nuestra jerga. Y sólo el agua, sólo el agua las mantiene...








THE MESSAGE


Hace unos años, una prostituta ocurrente, tras hacer el servicio y dejar al cliente dormido, dejaba un mensaje rojo escrito con pintalabios en el espejo del baño. En mitad de la noche, o quiza a la mañana siguiente, el hombre entraba al aseo y así, al instante, de manera tan intrascendente y repentina su vida cobraba un nuevo impulso. Pero la historia continúa de manera callada. Muchos de estos hombres seguían difundiendo el mensaje sin advertir a nadie. Algunos de ellos, al llegar a casa, lo seguían haciendo con sus esposas, novias o compañeras de la forma habitual. De estas relaciones nacieron niños a los que también llegó el mensaje. Muchos de ellos ya no están, el mensaje se agotó en sí mismos. Pero el mensaje no se agota, no se agotará jamás. Cuando el enigma de éste se haya resuelto, habrá otros nuevos. Y las viejas formas de expresión continuarán. Continuarán hasta que la última lombriz humana, hasta que el último gusano se haya transformado y echado a volar. Pero para entonces quizá no quede ya ni seda con que tejer el capullo...
A. Gova