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lunes, 8 de octubre de 2007









Tras cada amarre hay una mano. Tras cada mano, un nombre.

Esas barcas no esperan a los hombres. Las cuerdas las sujetan al muelle.

Esas barcas no saben quién sube o quién se baja, sólo flotan en el agua.

Van y vienen. Y no entienden de leyes ni derivas. Si no se amarran, el lugar no las detiene.

Pero nada las inquieta. Ni las olas, ni la tremenda tormenta.

Tampoco el sol las hace mella. Como mucho las desgasta, aunque sólo a tus ojos.

Esas barcas están ahí. No conocen el pasado y no tienen un futuro que temer.

No entienden nuestra jerga. Y sólo el agua, sólo el agua las mantiene...








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