Hace unos años, una prostituta ocurrente, tras hacer el servicio y dejar al cliente dormido, dejaba un mensaje rojo escrito con pintalabios en el espejo del baño. En mitad de la noche, o quiza a la mañana siguiente, el hombre entraba al aseo y así, al instante, de manera tan intrascendente y repentina su vida cobraba un nuevo impulso. Pero la historia continúa de manera callada. Muchos de estos hombres seguían difundiendo el mensaje sin advertir a nadie. Algunos de ellos, al llegar a casa, lo seguían haciendo con sus esposas, novias o compañeras de la forma habitual. De estas relaciones nacieron niños a los que también llegó el mensaje. Muchos de ellos ya no están, el mensaje se agotó en sí mismos. Pero el mensaje no se agota, no se agotará jamás. Cuando el enigma de éste se haya resuelto, habrá otros nuevos. Y las viejas formas de expresión continuarán. Continuarán hasta que la última lombriz humana, hasta que el último gusano se haya transformado y echado a volar. Pero para entonces quizá no quede ya ni seda con que tejer el capullo...
A. Gova
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