La hormiga ascendiendo por la baldosa en la ducha. Percibo el drama, la muerte, el fin de la hormiga. Me estoy duchando y el agua lo inunda todo. Por qué estás ahí, qué haces que no te has escondido al encender la luz. Mis pies están cubiertos por el agua, si te resbalas te vas a ahogar, ten mucho cuidado. Me das miedo, no resisto tu drama, y pienso que lo mejor va a ser aplastarte rápido y firme, con el dedo, para que todo acabe cuanto antes. Pero por qué matarte? No quiero, tu ciclo vital es tan corto… y eres tan pequeña. Entonces la yema húmeda de mi dedo índice se te acerca cuidadosamente, trata de ayudarte, de salvarte hoy, ahora, cuándo si no? Ya estás encima, te he podido subir, te veo viajando sobre mis huellas y se me cae el alma de no poder irme contigo. Te tengo que dejar, he de seguir enjabonándome. Acabo de decidir el lugar donde dejarte, un lugar blando para que estés cómoda. Ya estás a salvo, te he puesto sobre la cortina verde, que me quedaba a mano y sabía que así no te aplastaría por descuido. Sigo duchándome y me siento bien por ti, porque sigas viva haciendo las cosas que ibas a hacer esta mañana, a tu aire, sin que nada ni nadie te molestase. Y miro a ver por dónde andas, pero ya no estás. Tenías prisa por seguir tu camino…