martes, 27 de marzo de 2007
Contemplas la pared de enfrente y notas cómo el suelo que hay a tus pies se va inclinando poco a poco, sensiblemente. Estás esperando a que llegue el tren, sentado en un banco de metal rojo. El cielo está roto, y a través de una multitud de nubes se cuela un rayo que te parte la cara. Te agrada, pero cada vez se te hace más presente la inclinación del suelo y sientes que vas a caer. La pared de enfrente está abajo, y tu cuerpo pesa ya demasiado, está empezando a ser absorbido y no hay nada que hacer, ni siquiera tratar de pensar que estás sobre un suelo horizontal y sólo tienes que dejarte estar. Tu cabeza es la que cae, y tu cuerpo es ya una estela que la sigue. Vas a caer a lo hondo de las vías, lentamente, pleno de conciencia y sin poder ofrecer resistencia, solos tú y tus gritos de angustia retumbando en tu cabeza, porque ni siquiera te está permitido gritar…
Alguien rueda en el andén. Y hay alguien que lo observa en la distancia.
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