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sábado, 16 de febrero de 2013

ACADEMIA COLEGIO COLOMBIA II

El primer Seven Up en el mercado Colombia, junto a la panadería Seven, qué casualidad, los cuatro que quisieron llevarse un car a peso muerto y corriendo en el Parque de Atracciones, las lipotimias, los plumas Rockneige, los vespinos, alguien me dejó manejar el suyo Colombia arriba, Colombia abajo, Ega, Rocas Blancas y sus churros glaseados, su mostrador de cristal con bombones, las lenguas de gato, su dependienta mofletuda, rosada y blanca, su camarero tieso repeinado y serio, los desayunos allí, las tartas de Ega, Jumbo, jugueterías Roxy y Pumba, Pilos, el mercado Chamartín, las peleas con palos de béisbol y cadenas que contaba no sé quién, los dibujos sangrientos de Santiago, a boli negro y rojo, chuchillos, sangre y cabezas cortadas, las historias de terror de Alberto Alejandro, el pino puente de Marina, pelirroja, ojos claros, con pecas, botas, leotardos verdes, creo, y falda, en no sé qué bar, Las Rías Baixas o Rías Bajas, Las Vidrieras, el jardinero, los vecinos que a veces se quejaban de las pintadas en el banco de piedra con oquedades de al lado de la academia, en donde había chicles, colillas, los caracoles que cogíamos en los jardines de al lado, el gato Garfield, las perras Laica y Lita, hamsters, galápagos, jilgueros, el Siete Picos, el Gusano Loco, la montaña rusa, el Enterprise, qué miedo, nunca quería montar, alguien vomitó dando vueltas y a saber dónde fue a parar, el Scalextric para chicos de 16 años, yo quería tener 16 con urgencia, los coches de choque sí, las pinturas que hacíamos echando pintura sobre el lienzo que giraba y giraba, la Alfombra Mágica, la Casa Magnética, el Tren Galáctico, que no sé quién agarró en el túnel de plata un trozo de papel plateado y lo arrancó, el Tren Fantasma, con ese grito de Alberto Alejandro que provocó que pararan la atracción, el cine esférico, en el que había que estar de pie, con su montaña rusa mareante y que te hacía tambalear, el paseo en barca en el que gritaba Tarzán e ibas viendo la selva y había unas barquitas, la noria, el tren del Oeste, los disparos con escopeta, la máquina de los regalos con su brazo teledirigido, en el que había, creo, Casios plateados, que ahora están de moda, la caña de pescar con sus sorpresas, la Casa del Pirata, no sé por qué me daba miedo, creo que era al montar, que estaba muy alto o iba muy rápido, el olor de la montaña rusa, los sonidos, los bocadillos que llevábamos preparados en papel Albal, la vida burbujeante, el oso colgado en el jersey como pase, después las calcomanías del osito y las pulseras,  los torniquetes de entrada y salida, la foto del pony, y el pony, que siempre estaba ahí y ahora caigo en su pobre explotación, el juego de carreras de caballos al entrar a la derecha, la máquina de puchinball, en donde no faltaba alguien que le daba buenos puñetazos, el laberinto de cristal, menudos castañazos que se oían, las jaulas, arriba y abajo, con esa sensación en el estómago que buscábamos, el autobús que salía de Ópera, alguien que se perdía y avisaban por megafonía, fulanito de tal, de la Academia Colombia, pasen por recepción, el Jet Star o no sé qué, al lado del Tren Fantasma, en el que la gente dejaba sus zapatos para no perderlos dando vueltas por el aire, Pablo Martínez Caballero, se da por dinero (con el tiempo me enteré de lo que quería decir y de que era será por dinero, qué sorpresa), el “a la palestra” con el que en las clases de la academia sacaban a los alumnos, la iglesia Araucana, las sesiones de espiritismo, la lámpara de araña moviéndose enérgicamente al entrar al cuarto de al lado...


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